lunes 28 de abril de 2008

Mi nuevo libro


Pues nada, que aquí está la criatura. Mi primera incursión en el mundo de la literatura infantil. Estoy encantada.
El premio se falló en enero. Pero, como quieren hacer el libro antes de publicar el nombre del ganador, tuve que guardar silencio. No hace falta que os diga lo que me costó.Las buenas noticias hay que soltarlas cuanto antes.
El premio se va a entregar en Lugo el próximo martes. Es un acto itinerante, que cada año tiene como marco unaciudad distinta. Este año querían Galicia, y yo me puse pesada - de hecho, MUY PESADA - para que fuese en Lugo. Por muchas razones. Pero, sobre todo, porque es un modo de que se hable de la ciudad.
No tengo mucho más que decir, salvo que estoy muy contenta y deseando ver el libro en las librerías... y, sobre todo, en manos de los niños. Para ellos está escrito.

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Fiesta del Libro en Dosbarrios




El sábado, después de hacer el programa de radio, me fui a Dosbarrios con Fernando Marías. Dosbarrios es un pueblo pequeño (MUY pequeño) de la provincia de Toledo. Está a tres cuartos de hora de Madrid, y tiene dos mil quinientos habitantes. Por eso, cuando Fernando me pidió que me reuniese allí con las socias de un club de lectura, le contesté que bueno, pensando que íbamos a tener un agradable encuentro con media docena de señoras, y punto. Los índicesde lectura de la piel de toro no dan para mucho más. Pero me equivoqué, y ahora os cuento lo que pasa en Dosbarrios.




Nada más llegar nos fuimos a comer a casa de Marina, la bibliotecaria, y de su marido, Pedro. Arriba está la prueba. Pasamos mucha hambre: de entrantes, verduras en fritada (alcachofas, coliflor, espárragos y pimientos) y croquetas de marisco. De segundo, caldereta de cordero. Después, conejo en salsa, especialidad de Pedro. El conejo estaba bueno, pero lo de la salsa era milagroso: daban ganas de pasar el resto de la vida haciendo sopitas. Para acabar, chuletas decordero al sarmiento. Y tiramisú.´Casero. Como todo.


Cuando, en el café, hablamos un poco del acto de la tarde y Marina me contó que el club de lectura tiene cien socias, pensé que la digestión del banquete me había nublado las entedederas. Pues no. Cien socias. Y el nuevo club de lectura para hombres cuenta ya con quince afiliados. Así que en Dosbarrios los índices de lectura barren la media nacional.


A la reunión literaria asistieron ochenta personas, ahí es nada.Servidora está acostumbrada a hablar para auditorios de veinte, treinta almas reunidas en ciudades muchísimo másgrandes que DosBarrios. Así que al ver el salón de actos casi lleno siento un brote de confianza hacia el ser humano.
Marina, Isabel, Rosario y otro grupo de mujeres sacan tiempo de sus trabajos y sus familias para promover la cultura en el pueblo. Han montado una modesta biblioteca y a ella arrastran a todo el que se deja, incluso a unas cuantas mujeres iletradas a las que han enseñado a leer. El pueblo no tiene librería, ´de ahí la importancia de un buen servicio de préstamo, pero, a pesar de todo, Marina insiste en la importancia de que en las casas haya libros. Por eso, una vez al año, montan una venta solidaria de volúmenes al precio simbólico de un euro. El pueblo y la biblioteca reciben muy escasas ayudas del gobierno central y poca cosa de la administración autonómica. Se apañan solos, a base de pequeñas donaciones particulares, buen ánimo y mucho esfuerzo, y el apoyo del ayuntamiento y la alcaldía, cuya concejal de cultura es el director de laEscuela de Música. Sí, sí, DosBarrios tiene escuela de música. El ochenta por ciento de los niños del pueblo saben tocar algún instrumento. ¿A alguien más le da envidia?
Cada año, el ministerio de cultura se gasta indecentes cantidades de dinero en promocionar la lectura con anuncios, carteles y zarandajas que cuestan una pasta y valen para bien poco. ¿No sería mejor apoyar materialmente iniciativas como la de DosBarrios? ¿No hay nada que podamos hacer para convertir otros pueblos españoles en una sucursal de DosBarrios?
Volvemos a Madrid cerca de lasnueve de la noche. Estoy más bien cansada, porque llevo en danza desde las ocho de la mañana. A las nueve me reunía con un productor de la televisión belga que va a hacer un programa sobre Madrid. La hora la puso él, y yo no me atreví a decirle que en Madrid nadie pone reuniones a las nueve de la mañana de un sábado. Así que me fui alhotel de las Letras a tener una reunión de una hora.Y encima en inglés. El caso es que por la noche estaba derrengada, pero a pesar de eso me fui a cenar con unos amigos y con Marcial. Habíamos hecho la reserva en "Indochina", un oriental muy aparente que está cerca de casa. Cuando nos sentamos me acuerdo de que Eva pasa tres semanas al mes en Seúl
- Ostras, qué fallo
- ¿Por qué?
- Porque supongo que estarás hasta el gorro de comida oriental
- A ver si te crees tú que Asia es como las Rozas.
Tomamos langostinos con carne, samosas, teriyakis y arroz. Luego nos quedamos enla mesa arreglando el país hasta que nos dimos cuenta de que los pobres camareros estaban esperando a que nos marchásemos para echar el cierre. Así que nos fuimos al Cock a seguir hablando de la crisis.
Con crisis o sin ella. el Cock estaba a tope. El portero nos dejó pasar en en honor a las muchas copas que hemos pagado en un local famoso por la antipátía de sus camareros y la excentricidad antipática de su dueña, que se pasea por el local quitando chaquetas de los respaldos de la silla y echando broncas si alguien hace fotos. Cada vez que voy al Cock, me juro no volver. Una vez, Martín Casariego y yo estuvimos de boicot un mes largo.
- Nosotros no vamos al Cock
- ¿Por qué?
- Porque la copas son carísimas y nos tratan a patadas.
La cosa tuvo éxito hasta que un día Martín me confesó que había sucumbido a la tentación y había regresado al lugar prohibido.
- Eres un esquirol
- Es que iba con mucha gente.
- Y un cobarde, Martín, tío. Un boicot es una boicot.
- Ya...
El caso es que, como un boicot en soledad es más bien una paranoia, yo también regresé al Cock. Los cócteles están bastante más flojos que en Del Diego, pero se dejan beber. Los techos son altos, el ambiente es bueno y casi siempre hay sitio para sentarse. Así que, con sus camareros malencarados y su dueña rarita, el Cock no es un mal sitio para un sábado por la noche. Sorbiendo mi Tom Collins (ginebra, azúcar y limón), me dio por pensar que índice de lectura habría en ese momento en el local. Y me di cuenta de que, en cualquier caso,era mucho más bajo que el de DosBarrios.

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domingo 20 de abril de 2008

En Llanes


Pues sí, nos fuimos a Llanes a entregar el Premio de Literatura de Viajes, del que soy jurado, a Gustavo Martín Garzo. Su "Viajes de la cigüeña" es un libro conmovedor y tierno con el sello personal de su autor. Aquí estamos Gustavo, Rosa Regás y yo, mirando al mar Cantábrico.

Viajamos juntos Fernando Marías, Silvia Pérez, Pedro Páramo y el premiado. En el aeropuerto recogemos a Rosa Regás, que llega de su dorado retiro en el Ampurdán. Dice que tiene agujetas después de pasarse los últimos días desmontando su casa de Madrid.

Asturias está verde y hermosa. Una lluvia tenaz nos ameniza el viaje hasta Llanes, donde nos encontramos con Ramón Pernas y Mónica, de FEVE. No son más de las onces, y la ruedade prensa es a la una, así que entretenemos la espera en el bar Penín, entre cafés y bocadillos de tortilla. Normalmente, aprovechamos el tiempo libre para dar paseos, para la lluvia aborta cualquier tentativa de salir al exterior. En el Penín el ambiente es cálido y los bocadillos saben como los que preparaban las madres después del colegio


Tras la rueda de prensa nos vamos a comer. El almuerzo del Premio de Llanes es una de las mejores tradiciones previas al día del Libro: se realiza en un restaurante con vistas fabulosas a una playa, y las sobremesas se alargan hasta bien entrada la tarde. Pruebo una receta sublime, patatas rellenas de marisco que comparto con Rosa Regás, y dejo clara mi determinación de no invitar a nadie a los frisuelos con crema que he pedido de postre. Hablamos de muchas cosas, pero sobre todo de libros y de películas. El jefe de prensa del ayuntamiento nos cuenta que, esde que se rodó en Llanes "El Orfanato", se han multiplicado las visitas a la villa de curiosos que quieren fotografiarse junto al inquietante caserón donde se rodó la película.
Luego, con los cafés y la copa de orujo, hasta hay quien se anima a contar chistes. Luego, ydespuésde mucho tierarle de lalengua, Rosa Regás se anima a evocar algunos recuerdos de la etapa de la "gauche divine", cuando García Márquez y Vargas Llosa le cantaban "Rosa Regás, qué buena estás". Ramón Pernas insiste en dejar claro que Rosa era una de las más deslumbrantes bellezas de la Barcelona de los cincuenta. Ella dice que para guapa, su madre y luego nos cuenta un delirante viaje en vespa desde Barcelona a Cadaqués, y entonces me resulta difícil tener presente que Rosa tiene setenta y cinco años, quince nietos "y dos bisnietos". me apunta. Tiene el rostro surcado por arrugas en claro desafío a todas las contemporáneas que han sucumbido a los cantos de sirenas de la cirugía. La verdad, no me imagino a Regás pasando por un quirófano paraestirarse la piel sabia, curtida de vida intensa, de años de experiencias, de sabiduría. Se habla de muchas cosas, pero, para echar por tierra la leyenda negra de la mutua crueldad de los escritores, nadie habla mal de nadie.
Luego, antesde salir, Fernando,Gustavo y yo damos un paseo por la playa. Armado con la cámara, Marías está empeñado en hacernos un reportaje gráfico. "Mirad hacia el mar, no, mirad hacia la arena, ahora que Marta se quite le gorra, pero no miréis a mí, vosotros pasead como si yo no estuviera". Tengo poca paciencia para las fotos: "Fernando, hijo, cómprate una cámara como es debido y vete al Líbano a ser reportero". A Gustavo le fascina una extraña formación rocosa que hay al final de la arena, y que parece un ejército de hombres petrificados. Se aleja hacia allí,mientras rompen las olas y brilla por primera vez en todo el día un sol radiante que arranca a la arena húmeda un brillo particular.
A las siete nos recoge una furgoneta para llevarnos al aeropuerto. Viajo en la parte trasera, junto con Gustavo y Rosa. Rosase duerme, y adquiere un aspecto plácido que multiplica su condiciónde abuelo. Gustavo y yo hablamos en susurros para no molestarla. Es un tipo estupendo, Martín Garzo, tan inconsciente de su talento que resulta conmovedor. Nos contamos cómo abordamos nuestros libros, y estamos de acuerdo en la importancia que para ambos tiene el dar con una buena historia. Gustavo me confiesa su devoción por algunos personajes suyos "a veces pienso, qué pena que no hayan dado con un escritor mejor para sacarles más jugo".
En el aeropuerto, Pedro Páramo insiste en que tomemos un gintonic para rematar el día. Rosase resiste, pero tras ceder acaba reconociendo lo bien que le sienta esa copa, que es el mejor remate para un día feliz de conversaciones y de amigos. Para que luego digan que los escritores sufrimos mucho.
Por cierto, que luego hay quien me dice que no aviso de las cosas: el 23 de abril, día del libro, participaré en actividades literarias organizadas en Madrid. A las cinco estaré en el Café Central para participar en una tertulia sobre Umbral con Montero Glez y Raúl del Pozo. A las siete firmaré libros en la Librería Pérgamo, en General Oraá, y a las ocho y media haré lo propio en el vips de Princesa. Y el resto del día, ya veremos, porque se han programado decenas de actividades con las que Madrid amplía la fiesta del Libro.

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jueves 17 de abril de 2008

Las palabras y quienes las escuchan

Me reprochan que tenga este blog desatendido, pero es verdad sólo a medias: he pasado fuera toda la semana,y sólo ahora llego a casa y puedo escribir.

Han sido días de viajes y encuentros con lectores. Nada hay más satisfactorio para un escritor. Inicio el viaje en Zaragoza, de la mano generosa y lúcida de Ramón Acín, que trabaja codo a codo con el Gobierno de Aragón para fomentar la lectura entre los jóvenes. Quince años lleva trabajando hasta la extenuación en un proyecto maestro en el que participan ya doscientos institutos, todos de medios rurales. Me encuentro con alumnos de Barbastro, de Alcolea, de Caspe. En Alcolea y Barbastro, chicos tímidos, correctos, atentos, a quienes cuesta un poco iniciar el turno de preguntas, pero acaban participando con un interés que me conmueve. Y en Caspe, el apoteosis: un salón de actos con más de cien adolescentes que durante más de una hora me bombardeancon suspreguntas inteligentes, precisas, las preguntas de un lector atento, de una persona curiosa. Sus profesores han trabajado con ellos sobre dos libros míos, y ellos han preparado una presentación tierna, un power point y hasta una colección de marcapáginas alusivos a mi visita. Me siento como una estrella. He firmado casi cien libros. Caspe es un pueblo de ocho mil habitantes. Es un porcentaje optimista y halagüeño, que invita a soñar con un futuro de lectores que hagan de la lectura una parte de la rutina.

El programa de fomento de la lectura del Gobierno de Aragón está consiguiendo resultados espectaculares con un presupuesto razonable, alejado de las bochornosas cantidades que emplea el ministerio de culturaen las campañas televisivas - e inanes - del "vive leyendo" "si tú lees, ellos leen" y demás zarandajas. Esto no es metáfora ni prosopopeya: son varios cientos de profesores implicados en el asunto, y miles de chavales leyendo, comprando libros, formando en sus casas modestas bibliotecas que quedan al alcance de la madre, o de la prima, o del vecino.
Por la noche, llamo a Fernando Marías y le comento la jornada: "Fernando, con media docena de tipos como Ramón Acín arreglábamos el desastre". Fernando me da la razón, pero dice que primero habría que encontrar a esos tipos. Y luego, añado yo, desasnar a los políticos del ramo para que se sienten a escuchar, echen cuentas y dejen hacer a los que saben.

Recién llegada de Caspe me voy a Burgos a pronunciar una conferencia invitada por la Caja de Ahorros de la ciudad. La sede social, en la fastuosa casa del Cordón, es un perfecto ejemplo de rehabilitación respetuosa, de óptimo aprovechamiento de los recursos. Me escuchan cen personas, lo que no deja de sorprenderme: siempre me temo que mis charlas pueden estar vacías. Entre el público, los padres de Emma y los de Alberto, prolongando el feliz afecto que me une a sus hijos desde hace años. Al final me saluda un hombre que reconozco por la sonrisa en los ojos: es José Luis, que fue mi profesor de inglés en tercero de BUP. Regreso a Madrid en un taxi, entre una tormenta tenebrosa, agotada y feliz por los encuentros inesperados.

Hoy me llama Ana, mi editora. La tercera edición de "El inventor de historias" está ya sobre su mesa. Tengo que aguantarme las ganas de salir corriendo para ver con mis ojos la cubierta tatuada con el marchamo al uso: "tercera edición". No me lo esperaba, y ella tampoco.

Mañana, Llanes. Es lo que tiene el mes del libro: que uno tiene que conformarse con leer en los trenes, en los aviones, en las largas esperas, en las habitaciones de un hotel. Y, pensándolo bien, qué particular encanto tienen esas lecturas.

Para mis amigos de Madrid: el día 23 de abril estaré firmando libros en dos librerías madrileñas, y participaré con Raúl del Pozo y Montero Glez en una tertulia sobre Umbral. Daré todos los detalles el próximo lunes. ¡El San Jordi no se acaba en Barcelona!

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jueves 10 de abril de 2008

Lluvia

Llueve en Madrid, como sólo sabe llover en primavera. En otoño, la lluvia es poética y casi reconfortante. En primavera,con perdón para los concienciados con la ecología y la industria agropecuaria, la lluvia es un coñazo. Además ¿se ha fijado alguien en que en Madrid la gente no sabe andar con paraguas? Los transeúntes se enganchan unos en otros, amagan con dejar tuerto al incauto que se cruza en su camino, giran los paraguas en el sentido del viento, y se quedan con el paraguas desmadejado en las manos, mirando indignados al culpable del desastre. No es por hacer patria, pero a estos les organizaba yo un máster de uso de paraguas en mi Lugo natal, o en Santiago de Compostela.

Ayer viajo a Cáceres para vivir la experiencia descorazonadora de reunirme durante sesenta minutos eternos con un centenar de adolescentes. Mis anfitrionesdel instituto, hospitalarios y amables, hicieron lo posible para que me sintiera bien, pero el profesor de literatura hizo las cosas a su manera, y ningunode aquellos chicos había leído ni una sola línea mía. Eso sí, al entrar entregó a loschavales cuatro páginas fotocopiadas de "En tiempo de prodigios", suficiente para que unode ellos me dijese en las barbas que a él la literatura que yo hacía "no le interesaba nada". Fue una hora larga de comentarios pretendidamente provocadores, exhibición de ansias contestatarias y rebeldía de segunda división. Los que me invitaron a Cáceres se deshacían en disculpas. Me compensa del amago de decepción el encuentro, la noche anterior, con los miembros de la asociación cultural "Los Zorzales" y un grupo de libreras conlas que paso un buen rato hablando delo único, los libros. Para que luego, al día siguiente, me venga uno dediecisiete años a decirme que él aprende mucho más de historia viendo películas, o la tele, sin ir más lejos. Saben poco, y el sistema no está preparado para enseñarles nada. Empezarán a enterarse de qué va esto cuando, para algunos, sea ya demasiado tarde. A pesar de todo, parecen buenos chicos. Van de duros, pero apuesto a que es posible hacer llorar a casi cualquiera de ellos. Dialogamos - es un decir- sobre libros, la importancia de leer y el interés por escribir. Antes de llevarse a la mitad de la conferencia a una charla sobre el esperanto, una profesora me espeta,con más bien poco tacto, que ella hubiese preferido que hablase de mi libro. Me muerdo la lengua para no contestarle "y yo, amiga mía, y yo. Pero para mantener a éstos atentos hablando de un libro que no han leído hay que ser la virgen de Fátima. O David Beckham".

En el trayecto de regreso a Madrid leo "La extraña", de Sándor Marai. Magnífico el comienzo. Después, el libro desconcierta un poco. Espero acabarlo hoy, después de la conferencia sobre Rosalía.

Sigue lloviendo

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jueves 3 de abril de 2008

Una calle, en Chipre

La calle Ledra es una calle aparentemente vulgar, no especialmente larga, ni ancha, ni angosta. Una de esas calles que uno recorre sin fijarse cuando vista una ciudad, una calle polvorienta, donde la ausencia de árboles multiplica el calor en las horas centrales del día. No recordaría la calle Ladra de no ser por la amarga historia que guardan sus adoquines irregulares: cuando Turquía invadió el norte de Chipre, dividió en dos la capital, Nicosia, tomando como refencia la calle Ledra.

Eso dio lugar a una situación delirante: había chipriotas que tenían su casa en la parte ocupada de la ciudad, y su negocio en la otra. Familias enteras quedaron separadas por la ominosa línea verde. Hubo vecinos que dejaron de serlo, amantes que de la noche a la mañana descubrieron que vivían en países separados y enemigos. Conocí a un hombre que me contó una historia cómica y terrible: cuando se produjo la invasión, la casa en la que vivía con sus padres quedó en la parte chipriota, pero el negocio familiar - una próspera tienda de tejidos que marchaba viento en popa - estaba al otro lado de la calle Ladra, tan cerca de su domicilio que podían vigilarla desde el portal. Un día se despertaron, y la tienda, su tienda, estaba situada en otro mundo.
En consecuencia, la familia no sólo se quedó sin medios de subsistencia sino que, cada día, veían a los soldados turcos entrar y salir del establecimiento saqueando la mercancía que guardaban en el almacén. Luego, cuando ya no quedó nada que llevarse, la tienda quedó vacía, poblada de fantasmas, y sus antiguos propietarios siguieron siendo testigos del abandono y la tristeza del escaparate ciego y las cortinas arrancadas de las ventanas por la fuerza bruta de los invasores. A aquel hombre se le llenaban los ojos de lágrimas al contar su historia, y si no lloré con él fue por sentido de la moderación y el respeto: ¿cómo llorar por algo que uno no llega a entender en toda su dimensión ante aquel que sufre el drama en carne propia?

Pasé diez días en Chipre en el verano feliz de 1999. Guardo un recuerdo entrañable del país y de sus gentes generosas, que parecían vivir todavía suspendidos en una conmovedora inocencia. Chipre es un país donde apenas hay paro, donde la noticia de un asesinato paraliza la vida de la isla entera. Han sufrido mucho, y sin embargo el dolor infligido por las sucesivas ocupaciones de ese venturoso trozo de tierra no ha privado a los chipriotas de la dignidad ni de la confianza.

Al recordar Chipre recuerdo las playas ardientes de Larnaka, los mosaicos de Pafos, las rocas de Tou Romiou y la luna en Agia Napa. También los paseos por las calles de Nicosia, y la conversación con un imám de una mezquita que quiso que rezase a mi Dios en el mismo lugar donde él rezaba al suyo. Recuerdo los kebabs y la taramosalata, las copas de ouzo bebidas por respeto y con disgusto, la ensalada de patatas y los encajes de Lefkara. Y recuerdo, como no, la calle solitaria que me mostraba un hombre con el corazón encogido y la voz quebrada, como si hubiese perdido ya las esperanzas de volver al pasado perdido.

Escribo esto porque la calle Ledra dejará ne breve de dividir dos mundos, de ser la versión mediterránea y soleada del muro de Berlín. Me pregunto si aquel hombre que vio como un día arrebataban a su familia algo más que una tienda de telas vlverá hoy al lado proscrito de la calle para, caminado entre ruinas, recobrar un fragmento de su infancia robada.

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martes 1 de abril de 2008

Los libros secretos

Uno de los placeres de tener amigos escritores es que te manden los libros antes de que estén publicados. Si hace unos días terminaba "Las hijas del César", de Pablo Núñez, a altas horas de la noche de ayer - madrugada de hoy, más bien - acababa la última novela de Rafael Reig. Tiene título, claro, pero no sé si Rafael quiere que se haga público todavía. El texto tiene tras de sí una historia casi - sólo casi - tan fascinante como la que ha escrito Reig.
No hay fecha de publicación - aunque apuesto cualquier cosa a que los editores se van a dar de tortas por ella - y por eso el placer de la lectura del inédito acaba por tener algo de ritual sagrado. Las páginas sueltas son susceptibles de desordenarse, y por eso hay que tratarlas casi con cariño, y como ningún profesional de la edición le ha echado el guante, todavía se pueden hacer al autor comentarios y sugerencias. De momento, adelanto aquí que la de Rafael Reig es un regalo para cualquiera, incluso para los que, como yo, no somos amantes del género negro que cultiva en esta ocasión. Felicidades, maestro. Y te lo digo con la esperanza de escribir algún día tan bien como tú.

Me visita en el blog David Torres, a quien conozco, pero menos de lo que quisiera: es listo, inteligente (no siempre se dan las dos cualidades en la misma persona) y uno de los más brillantes articulistas de la prensa española en este titubeante inicio del siglo XXI, pobre en plumas de primera división. Torres lo es, quizá porque también es indepediente, o libre, como se decía antes, pues ahora parece que la palabra ha perdido empaque. Reparte leña a unos y otros, no se casa con nadie, y - fundamental para un articulista - está libre de complejos gazmoños, resentimientos y deseos de medrar. Escribe lo que quiere y cuando quiere. Y ese es la mejor premisa para hacer cosas grandes.


Y como las novelas de los amigos se acaban, hay que leer otras cosas. Ahora estoy con "Las hojas caídas", de Wilkie Collins, uno de esos autores escasamente conocidos por el gran público que, curiosamente, debería disfrutar al máximo de sus escritos. El que haya leído "La piedra lunar" o "La dama de blanco" entenderá de qué hablo. En fin, que recomiendo a Collins: notable literatura decimonónica y muchas, muchas páginas emocionantes para llenar todo un fin de semana

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