miércoles 19 de marzo de 2008

Semana Santa en Madrid

Tiene gracia que después de haber pregonado la Semana Santa de Lugo acabe pasando estas fiestas en Madrid... Pero mi novela tiene que avanzar, y en el mes de abril tengo tantos viajes en perspectiva que no voy a hacer gran cosa si no aprovecho estos días para ponerme las pilas. Marcial se va a ver a su familia, y yo me quedo sola en casa y en este Madrid casi fantasmal que cambia hasta hacerse casi irreconocible.

Para los que estabáis pensando en leer "La casa de los encuentros", de Martin Amis: no puede ser más recomendable. Uno de los grandes libros del año. Ahora estoy leyendo el ensayo de un paisano y amigo, Miguel Anxo Murado: "Fin de siglo en Palestina" es una crónica lúcida, brilllante, incluso divertida, escrita por este periodista que pasó cinco años en Jerusalem. Aconsejo este libro - editado por Lengua de Trapo - a todos los que quieran aproximarse a un pueblo que sólo conocemos a través de las noticias de la televisión. También estoy leyendo las galeradas de "Las hijas del César". Falta poco más de un mes para que la obra llegue a las librerías, y apuesto ya a que va a ser un éxito de ventas. Me está gustando mucho.

Mi novela progresa, aunque nunca tan rápido como quisiera. Mi editora me anima con la noticia de la inminente tercera edición de "El inventor de historias", y Marcial con la compra de dos billetes a París que me consuelan un poco de la penitencia de estas vacaciones que no lo son.

Y ahora, las buenas noticias: el hijo de mi amiga Ana ya está en casa. Llegó el lunes por la tarde. En la terminal de Barajas le esperaba su abuelo, sus tías, y un pequeño ejército de amigos armados con cámaras de fotos y de vídeo para inmortalizar el momento. No hace falta que os diga que hubo lágrimas, risas y abrazos. El pequeño P. alucinaba. Supongo que estaría pensando, "mami, vámonos otra vez al hotel de Kathmandú, que estos están todos locos". El niño es guapísimo, y a pesar del cansancio, el sueño y el aterrizaje en medio de un montón de desconocidos, no lloró ni una vez. Para eso estábamos nosotras. Pero no hay mejores lágrimas que esas: las que se escapan celebrando la llegada de una nueva vida.

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