lunes 11 de febrero de 2008

Mañanas en Candem

Una buena parte del mercado londinense de Camdem desapareció ayer entre las llamas de un incendio misterioso cuyo origen buscan ahora, pasmados y pesarosos, los agentes de Scotland Yard.
Conocí Candem Market en el brumoso verano de 1993, estrenando licenciatura universitaria y dinero recién ganado. Pasé un mes alojada en casa de unos amigos - aquel pequeño hogar en Fulham, donde convivía con un estudiante de económicas y un músico en ciernes, y la feliz fauna de amigos bohemios que entraba y salíasin orden ni concierto - y aproveché el tiempo que me dejaban libre las clases de inglés para explorar la ciudad hasta sus últimos rincones.
Descubrí Candem en un domingo gris, como la mayoría de los domingos ingleses. Allí compré un vestido de algodón salpicado de diminutas flores blancas, muy a la moda "grunge" que imperaba por aquella época. Era un vestido original y barato, y me sentaba bien, o al menoseso dijo el chico inglés con el que me citaba en aquellos días.Aquel chico - se llamaba Douglas - y aquel vestido meacompañaron en el estreno de lo que yo consideraba mi madurez personal: era joven, tenía un título universitario y toda la vida por delante, así que bien podía tener un flirt de dos semanasy un vestido ajustado parecido a los que usabaWinona Rider. Que el vestido en cuestión hubiese sido adquirido en Candem Market, donde se desataba la modernidad entre puestos de comida india y falsas botas Doctor Martens, y que el chico con quien me citaba fuese un estudiante de la universidad de Londres con un pasado tormentoso y un presente incierto no eran más que ingredientes destinados a hacer más interesante mi nueva historia.
Luego volví a Londres muchas veces, pero Douglas ya no estaba - se había mudado a Hong Kong - y la ropade Candem Market ya no me parecía adecuada para lo que consideraba mi nuevo estilo. Empecé a visitar el mercado como quien visita un zoológico, y no volví a comprarme vestidos grunge ni a mirar los precios de las botas. Pero seguí vistando aquel mercado, quizá porque me traía buenos recuerdos deun tiempo que no podía volver.
La última vez que estuve en Candem Market fue con mi madre, en el transcurso de un dichoso viaje a Londres. No le hablé de Douglas ni del vestido con flores blancas, pero pasear con ella por entre los puestos de todas las cosas del mundo fue como hacerla partícipe de aquella historia del verano de 1993.
Ahora, parte de Candem ha desaparecido devorada por las llamas, y me siento triste, no sé por qué. Quizá porque, aunque el mercado vuelva a ser reconstruído, ya no será el que visité de la mano de un inglés miope, ni tampoco aquel que le mostré a mi madre, felices las dos, ignorantes de las sorpresas amargas que nos resevaba la vida.

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