lunes 25 de febrero de 2008

Veinte años

Es el título de un bolero maravilloso que cantó como nadie Omara Portuondo: "Si las cosas / que uno quiere / se pudieran alcanzar / tú me quisieras lo mismo / que veinte años atrás..." Muy poco cantado en España, lo escuché por primera vez en un local de La Habana vieja, el Benny Moré, donde una orquesta de quince virtuosos se desvivía para complacer las peticiones de los ocho clientes del local. Supongo que los invitados "gratis total" que se han ido a hacer las Américas a la Feria del Libro de La Habana convidados por la Xunta habrán disfrutado de las muchísimas excelencias de la música local. Porque, además, la señora Bugallo lo organizó todo muy bien: además de pagar a los invitados el vuelo a La Habana, los traslados, el hotel y el desayuno, cada uno de los participantes en el sarao recibió un sobre con SETECIENTOS EUROS para gastos de bolsillo. Eso sí que es categoría. Pero que clase tienen, señor, señor.

Pero el post no va de música, ni de La Habana, ni siquiera de Ánxela Bugallo, a quien Dios dé salud para seguir repartiendo más dinero que Mayra Gómez Kemp en el "un, dos, tres". quiero hablar de los veinte años, al hilo de una reflexión que hacía un fotógrafo en una revista. Decía que los veinte años eran la edad "en la que lo teníamos todo, aunque no lo sabíamos". Por eso he vuelto la vista hacia mis veinte años, que están ya a diecisiete de distancia, y me he preguntado si de verdad tenía entonces más cosas que ahora. La respuesta es no, a no ser que en la lista se incluyan las inseguridades, las dudas, la inquietud permanente. ¿Volvería a los veinte? Desde luego que no, salvo para pasar de nuevo el tiempo con mi madre, que es lo único que de verdad añoro de aquella edad perdida.

La primera juventud está idealizada por la literatura y por el cine, que hablan de los veinte años como de la Edad Dorada. Pero, en general, los veinte años traen de la mano más decepciones que otra cosa: amores que fracasan, amigos que se quedan en el camino, proyectos que no se materializan. Por eso me alegré de cumplir los treinta: estaba segura de que las cosas más importantes de la vida iban a pasarme a partir de entonces, y acerté. Rosa León cantaba aquello de "Volver a los diecisiete / después de vivir un siglo..." Yo no volvería a mi adolescencia más que de visita, igual que voy a casa de unos amigos que tienen tres perros: a echar un vistazo y a largarme. Por lo demás, mi edad me encanta ¿Y tú? ¿Querrías volver a los veinte?

Bardem se ha llevado el Oscar, lo cual no extraña a nadie. Bardem empezó a trabajarse el Oscar desde aquel papel de chulo impresentable que le regaló Bigas Luna en "Jamón, Jamón". Luego siguió currándeselo, con pico y pala, y ayer se consagró en Holywood, que es donde se consagran los actores de verdad, aunque nos quieran vender la vaina de que aquí se hace muy buen cine y tal. A la hora de la verdad el actor de raza sueña con recoger el Óscar , y que digan su nombre con la dicción viciada por el idioma del imperio y escuchar aplausos con fundamento en la cuna del cine. Bardem se merecía el Oscar y se merecía obtener la definitiva reválida de lo que es: un actor con mayúsculas. Y en Hollywood, donde no caben excusas ni medianías, premian a los mejores, porque de eso se trata: de coronar al rey, no de hacer amigos, como en otros lares.
Brindo por Bardem y por la dorada estatuilla que brindó a los Coen, a su madre... y a España.

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